Por Rose Mary Salum
Autor: Blanca Hefferan
Título: La mujer que imagina
Editorial: Ediciones B. Vergara
Año: 2011
Con esa voz que se origina desde los estratos más íntimos del ser, esta hisoria que discurre entre universos paralelos, es un largo poema, es un profundo examen, una valiente vuelta a la reflexión. En tiempos del twitter en donde todo sentimiento, idea o declaración matrimonial se debe constreñir a 140 caracteres o cuando la narcoliteratura se ha puesto de moda y todo es acción desde el primer párrafo, Blanca Hefferan opta por esquivar las tendencias de la moda y nos ofrece una aventura que se hilvana en el diálogo interior.
"A veces quiero escribir simple--nos parece decir la autora en voz de su personaje principal--sentir que mis palabras fluyen igual que una plática entre vecinas. Necesito hablar con mi alma como si fuera una vieja amiga de quien espero inspiración y sabiduría. Es difícil. Al intentarlo me enredo en mis reflexiones, complejidades y problemas. Mis pensamientos giran en la rueda de la fortuna y no encuentran la salida del laberinto inventado por mi".
Como una Eurídice que inesperadamente deja el mundo exterior para descender al Hades, esta novela cuenta la historia de una mujer que recorre un camino interior plagado de incertidumbres, de observaciones, de amistades y amores del pasado, de inseguridades, de sus relaciones familiares y en muy buena parte, de lecturas imprescindibles. La presencia de la brasileña Clarice Lispector es recurrente, no solo porque es citada por el personaje de esta historia, sino por la influencia estilística que vemos en la pluma de Blanca Hefferan. Las reflexiones y pensamientos por los que discurre el libro, decíamos antes, nos llevan a una serie de historias que se entrelazan magistralmente en el largo monologo de nuestro personaje principal: la mujer que imagina. Por un lado se nos habla de la abuela Maira y su padre, en este caso, el bisabuelo del personaje. Ellos como muchos inmigrantes, dejaron sus tierras en busca de una mejor vida, o quizá solo en busca de algunas aventuras y, por azares del destino, llegaron a instalarse a México. Poco sabemos de ellos, su exilio y el dislocamiento que éste produce. Lo que sí sabemos es que llegaron a México con una visión del mundo donde lo realmente importante es, nos dice la abuela Maira, escuchar esa voz que se origina desde ese estado íntimo de silencio y oscuridad.
En un pasaje de la novela, cuando el discurrir del diálogo entre dos generaciones distintas, la abuela advierte al personaje que su centro es tan suave como el de una alcachofa y que cuando no sepa una historia, que la invente, predispone el tono no solo del destino de esta mujer que imagina sino de la historia completa. Esa sentencia parece quedar marcada desde la niñez de nuestro personaje porque determina el comportamiento de la pequeña: allí se encuentra la semilla que desde las primeras páginas del libro dará existencia a ese otro universo que es Jael. Ese mundo mítico, como El Macondo de García Marquez, Mogador de Alberto Ruy Sánchez o Altazor de Huidobro tiene características físicas y arquitectónicas propias de cualquier otro pueblo imaginario. En Jael " las casas giran: siguen al sol. Se levantan unos centímetros de la tierra [...] las puertas y los balcones parecen diferentes [y] las fachadas cambian de color. Cuando la luna es apenas una pestaña en la noche, las paredes crujen; se abren".
Por otro lado, sabemos—poco o casi nada—de la existencia de un hombre o algunos de ellos. Su falta de entendimiento o lo que esta mujer percibe como falta de entendimiento, nos presenta a un individuo mucho más racional y menos comprometido con su sentir: para él, la vida es concreta, mensurable y definida. Él vive volcado hacia afuera y ella dentro de sí misma, él habla sin filtro y ella recibe las palabras con una dureza que lastima. Sin embargo, no es el personaje el que ha sido lastimado por esta presencia masculina en la vida de la mujer que imagina, sino su corazón. Éste—pronto lo entendemos—es un elemento tan importante en este discurrir, que se vuelve uno de los personajes principales de esta historia. La mujer habla con él y lo cuestiona, éste, se dirige a ella y contesta. El corazón entonces, es el recipiente directo de las acciones emprendidas por la mujer, es el catalizador y el filtro por el que la realidad logra colarse y es también por esas aberturas que se derrama el universo amoroso de este personaje. En esta novela, conocemos a una mujer que es todo amor, todo sensibilidad, todo pensamiento
Pero así como el corazón tiene voz propia, también lo tienen sus distintos yoes. Porque dentro de la mujer que imagina existen tantas formas de ser como la imaginación se lo permite. El personaje deambula entre un yo " calculador y pausado" y "el yo que vive destemplado". Hay un yo que es temeroso y otro yo al que le gusta andar en bicicleta y despilfarrar sus emociones.
Además de los abuelos, el corazón, las formas de la mujer y la vida en Jael, hay algo que permanece latente durante toda la historia. Me refiero a la ilusión en su sentido más estricto. Dentro de ese mundo ficticio, existe un mago que aparece y desaparece a su antojo y va llevando al personaje por caminos que ni la misma imaginación de esta mujer sospechó. La autora hace un guiño al pensamiento griego y a su constante alusión al destino como un fatos. No importa cuántos vericuetos quiera buscar la mente o la fantasía, al final todos estamos aquí para cumplir y comportarnos en acorde a ese destino. Y es justo allí donde se encuentra el oficio de Hefferan porque en su historia no hay fronteras definidas, no hay cercas divisorias, no hay puntuaciones que abran fronteras. Aquí, todo es uno y ese uno, La mujer que imagina, y lo imagina todo. Pero como resultado de este discernir que hace del lector su cómplice, se abre el espacio para una pregunta muy válida ¿entonces todo lo narrado en primera persona por esta mujer ha sido un mero espejismo, el producto de un sueño? “Todo lo que se cuenta sucede en el tiempo, (…) se desarrolla temporalmente;”[1] nos dice Paul Ricoeur “y lo que se desarrolla en el tiempo puede narrarse. “ Así, la ambigüedad con la que es llevado este trabajo abre espacios para que el lector también imagine su propia historia y entre sus recovecos cada lector pueda imaginar la suya propia. “Soy la mejor guionista de mis monólogos” ha puesto Blanca en boca de la mujer que imagina y parece invitarnos, a nosotros los lectores, a ser los guionistas e intérpretes de ambas historias, la de Hefferan y la propia.