Sunday, March 11, 2012

Un debate actual

Por Mauricio Beuchot


Autor: Lourdes Velézquez
Título: Verdad y certeza. Un debate actual considerado a la luz de algunas reflexiones tradicionales
Editorial: Universidad pontificia de México



El libro que la Dra. Velázquez González pone ahora en nuestras manos es una reflexión muy interesante acerca de la verdad y la certeza.

Lo primero que la autora señala es la verdad y la certeza en el contexto de las ciencias. Señala, sobre todo, la crisis de las ciencias exactas a finales del XIX y principios del XX. Por ejemplo, con Mach se dio la circunstancia de considerar que la ciencia no tiene verdad ni certeza, porque su objetivo propiamente no es brindar conocimiento (p. 20). Igual pasó con el programa de reconstrucción de la ciencia del positivismo lógico, dado su fenomenismo: fracasó y llevó a la ciencia a la crisis.

El giro lingüístico afectó a la ciencia quitando el control empírico, y encerrando en la tesis de la inconmensurabilidad de las teorías, de Kuhn. Algo parecido hizo el giro sociológico, que llevó a la filosofía a ser historia de la ciencia, y llegar a los extremos de Feyerabend.

La autora propone resolver esta situación acudiendo a las doctrinas de la verdad y de la certeza de la tradición. Toma como punto de partida a Jaime Balmes, y su idea de la verdad como evidencia dentro del realismo (p. 25), pero la va a seguir de acuerdo a los desarrollos que hicieron de esta doctrina tradicional dos autores más contemporáneos: Roger Verneaux y Régis Jolivet. Son dos tomistas recientes. Pero concluirá con Balmes, por eso de alguna manera la autora realiza un camino inverso, desde el más reciente, que es Verneaux, pasando por Jolivet, y llegando al más alejado en el tiempo, que es Balmes.

Verneaux distingue la verdad y la certeza. La primera es definida por él de manera clásica: la conformidad del pensamiento con la realidad, y la certeza es un estado del espíritu respecto de la verdad (p. 31). Algo interesante es que Verneaux se atiene al carácter intencional del conocimiento. La intencionalidad cognoscitiva del hombre hace que sea imprescindible la relación sujeto-objeto. Acepta las especies cognoscitivas de Tomás (sensibles e intelectivas), esto es, los conceptos, pero dice que no es el concepto lo que se conoce directamente, sino el objeto (p. 35).

La intencionalidad permite hablar de adecuación, ya que tiene un correlato. El sujeto se allega al objeto, y tiene que haber una correspondencia del segundo con el primero. La sede de la verdad es el juicio. Es verdadero cuando dice que lo que es es. La certeza es una especie de paz y alegría frente a la verdad, por el conocimiento confiado de ella. La evidencia es esa aceptación de la verdad por tenerla delante. Cuando conocemos un objeto y nos aparece con claridad, se da la evidencia. Y es el criterio que en realidad tenemos para calibrar nuestro conocimiento (p. 43). Pero no hay un criterio de evidencia, como lo hay de la verdad, ya que sería irnos al infinito. La evidencia es un tope necesario. Es donde coinciden verdad y certeza. En ella estamos ciertos de la verdad, tanto subjetiva como objetivamente.

Jolivet analiza los criterios de la certeza. Recupera la idea de verdad que se ha aludido, como adecuación. Así como la idea de que el juicio es la sede de la verdad. Pero se fija en los estados de la mente frente a la verdad. Puede haber ignorancia, duda, opinión y certeza. La certeza es definida como la adhesión firme (sin temor a equivocarse) prestada al juicio (p. 59). Es algo que nos salva del escepticismo.

Pues bien, Jolivet conecta la evidencia con los criterios de la certeza. El criterio es una señal, y el criterio de verdad es la evidencia. Ésta implica la claridad y la adhesión a ella. Es el esplendor de la verdad (p. 61).

Balmes también estudia la relación entre la verdad y la certeza. En cuanto a la verdad, la entiende de los modos principales que suelen reconocerse en la tradición, y que han llevado los nombres de verdad ontológica y verdad lógica. La primera es el mismo ser de las cosas (como decía San Agustín: “Verdadero es lo que es”) y la segunda es la coincidencia de lo pensado o dicho con lo existente (p. 69).

Los estados de la mente frente a la verdad son los consabidos: ignorancia, duda y opinión. Pero también se da la certeza, que es la aceptación que nos impone la realidad. Hay cuatro tipos de certeza: metafísica, física, moral y de sentido común. Esta última puede obtenerla cualquier persona, sin que tenga los otros conocimientos (p. 77).

En su obra El criterio, Balmes señala que hay tres criterios para la certeza: la conciencia o sentido íntimo, la evidencia y el instinto intelectual o sentido común. En cuanto a la evidencia, ésta puede ser inmediata o mediata. Lo primero si no se tienen que analizar los términos del juicio, y mediata si hay que hacerlo (p. 82).

La autora señala las semejanzas y diferencias entre las tres posiciones. En cuanto a la noción de verdad, nos dice, hay coincidencia perfecta entre los tres autores, empeñados en combatir el racionalismo y el idealismo. En cuanto a la certeza, Balmes le da más importancia, pero al final coincide con lo que de ella dicen Jolivet y Verneaux. Y también coinciden en que la evidencia es el criterio de la certeza (p. 97).

Finalmente, y como conclusión, la autora trata de aplicar los análisis clásicos a la solución del problema actual. Ellos nos hacen darnos cuenta de que no hay una certeza total y absoluta, pero sí parcial y suficiente. Hay conocimiento probable o confiable. Es el nivel de la certeza física. Para adquirir certezas más firmes se necesita pasar a la metafísica. Allí hay evidencias más generales. Como en el juicio analítico, que, sin embargo, como dice Balmes, no se reduce a que negarlo sería incurrir en contradicción en los términos, sino que siempre está basado en lo sintético de la experiencia, que es la fuente y origen de todo conocimiento (p. 109).

Este recorrido por las soluciones clásicas al problema de la verdad y de la certeza, aplicadas a los problemas de hoy, nos hace ver la vitalidad de aquellas respuestas. Recientemente Wittgenstein, en su libro Sobre la certeza, se entretiene en numerosas paradojas, rompecabezas y puntos ciegos de nuestro conocimiento. Pero lo que evitó siempre que se cayera en el escepticismo o en la locura fue su enérgico llamado a la evidencia. Es la que nos mantiene vivos incluso hoy.