Por Josué Gutiérrez-González
Título: La increíble hazaña de ser mexicano
Autor: Heriberto Yépez
Editorial: Planeta, 2010
Durante los años noventa, la ciudad de Tijuana se convirtió en la plataforma de innumerables voces que anunciaban interesantes desvíos con respecto a las tendencias editoriales promovidas desde la Ciudad de México. Heriberto Yépez es uno de los pocos escritores que sobrevivieron a lo que hoy parece ser la caducidad de Tijuana. La permanencia de Yépez se debe, fundamentalmente, a su capacidad de asumir una perspectiva inesperada. Muestra de ello son sus novelas A.B.U.R.T.O. (2005) y Al otro lado (2008) o su libro de crónicas Tijuanologías (2006), textos donde abundan las disquisiciones curiosas y atrevidas que obligaban al lector a abandonar la autocomplacencia del centro, para confrontarse con interpretaciones lanzadas desde una periferia reconcebida, multiforme y contradictoria.
Es precisamente en relación a estos antecedes que la lectura de un libro como La increíble hazaña de ser mexicano se vuelve una experiencia desconcertante. El autor parece haber renunciado a la idea de la frontera norte como un escenario excepcional, distinto al México modelado desde el centro; en cambio, ahora Yépez asume sin problema la existencia de una entidad nacional que, más allá de los accidentes regionales, es esencialmente homogénea. Otro aspecto problemático del libro es el recurso paródico de disfrazarlo como un texto de auto ayuda. Las expectativas generadas por el subtítulo (“Una obra de superación nacional para reír y pensar”), se derrumban irremediablemente cuando el lector descubre que pese a la broma, éste sí es un libro de superación que debería tomarse en serio. Lo cierto es que Yépez sucumbió a la gran tentación del intelectual mexicano: escribir un libro que revelara los pormenores de la identidad nacional. Por desgracia, al igual que le sucedió en su momento a Samuel Ramos y a Octavio Paz, en los argumentos de Yépez la voz del psicoanalista oscurece peligrosamente a la del escritor y a la del intelectual. Como resultado, la sociedad mexicana termina reducida a un catálogo de complejos y frustraciones que impiden toda posibilidad de avance. Si este diagnóstico resulta poco convincente, el tratamiento no parece menos práctico: la clave para superar el estado de parálisis y regresión, afirma Yépez, está en abandonar no sólo los restos de una identidad nacional caduca y asfixiante, sino la totalidad de las prácticas de esa comunidad llamada México, incluyendo la religión, la música y hasta la forma de hablar. La nación, como nos sugiere Yépez, es una trampa de la que hay que escapar cuanto antes.
Con esta tesis claustrofóbica en mente, el autor explora lo que pareciera ser un álbum del fracaso mexicano: el racismo soterrado, el trauma de la conquista, la misoginia, la narcocultura, el fatalismo, la corrupción absoluta. Así, al revelar el lado oscuro de la nación, se permite afirmar que hoy México constituye una “poscultura”, una sociedad que ha perdido toda noción del bienestar y se ha abandonado a la reproducción mecánica de tradiciones destructivas. Sin embargo, no todo es negativo (recuérdese que éste es un libro de superación), por lo tanto, en un curioso homenaje a Vasconcelos, Yépez profetiza el surgimiento del “neomexicano”, un ser que logrará escapar de la prisión de la identidad colectiva para, por fin, concentrarse en su desarrollo individual y en la construcción de una identidad más “humana”. Por desgracia, esta conquista de la individualidad viene acompañada de los corolarios modernos sobre el progreso: la educación formal como única alternativa de bienestar, la productividad y la generación de riqueza como marcadores de una sociedad funcional y la universalización como la vía exclusiva de legitimación intelectual. Todo esto aderezado por un inesperado entusiasmo hacia el potencial regenerador de la familia tradicional: el “neomexicano”, nos dice Yépez, será el resultado de una hipotética pareja heterosexual que logrará el equilibro de la “energía paterna y materna”, tal y como aspiraban las culturas prehispánicas. Sin embargo, en la identidad de ese “neo-mexicano” no parece haber espacio para lo local.
Finalmente, al leer La increíble hazaña de ser mexicano, el lector no puede sino echar de menos a aquel escritor que aseguraba deber su formación intelectual a la coincidencia caótica de todos los registros culturales en esa Tijuana que alguna vez fue concebida como el laboratorio de una posmodernidad distinta.
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